Se necesita mucha crueldad y una falta total de sentimientos humanos para secuestrar a un niño; para alejarlo de sus padres y hermanos; para mantenerlo encerrado y probablemente amarrado; para maltratarlo.
El secuestro de un niño es primordialmente un acto de indecible cobardía, en que se aprovecha el estado de indefensión de la víctima; su natural debilidad, para someterla y dominarla.
El secuestro de cualquier persona, pero en especial el de menores, no solamente es un delito; es un crimen atroz, mediante el cual se tortura a la persona plagiada y a su familia, que angustiada e impotente, ignora el paradero y el estado en que aquélla se encuentra, y que, desde luego, teme lo peor.
Este fin de semana, merced a la presión de la sociedad entera, fue liberada Daniela, la pequeña de 10 años, hija del Director Nacional de Protección Diego Mora, quien días atrás había sido secuestrada, hoy se dice que quizá por personas cercanas a su propia familia. El hecho cierto es que la solidaridad se hizo sentir, y el episodio terminó bien para la niña.
Pero no es la única. Hay niños secuestrados o desaparecidos. Por ejemplo, desde el 28 de diciembre desapareció la niña Paula Nicole, de Buesaco –Nariño-, y todos los esfuerzos para lograr su rescate han sido inútiles, o quizá no se ha hecho todo lo que se debería haber hecho con miras a restituirle su libertad.
Y los menores reclutados por las Farc, también ellos están secuestrados. Y peor todavía: están siendo obligados a delinquir y son expuestos como carne de cañón frente a los ataques dela Fuerza Pública. Un crimen verdaderamente horrendo que la guerrilla prometió no seguir cometiendo, pero que sigue cometiendo.
Son prácticas detestables, prohibidas expresamente por el Derecho Internacional Humanitario, y el Estado colombiano no las puede admitir. Por el contrario, debe exigir la inmediata liberación de todos los secuestrados.