Si algo se le debe reconocer al Presidente Juan Manuel Santos es su inquebrantable voluntad de lograr el cese del conflicto que tanto daño ha causado a los colombianos. El logro de una paz, así sea parcial –porque quizá nunca la conseguiremos totalmente-, objetivo al que aspira la mayoría de nuestro pueblo, aunque muchos discrepen del método.
Como decía Erasmo de Rotterdam, “la paz más desventajosa es mejor que la guerra más justa”. Por eso, sin vacilaciones, merece apoyo el proceso de paz, aunque la conducta de las Farc y sus negociadores en el curso del mismo desalienta al más entusiasta.
Ahora, por ejemplo, se sabe que el Gobierno y la guerrilla han acordado algunas cosas con miras a un cese al fuego bilateral y definitivo, como paso previo a los acuerdos de paz.
Para el efecto, han vuelto a tomar el camino del denominado “desescalamiento” del conflicto, que implica ir bajando poco a poco, disminuyendo la intensidad de las acciones de guerra, de parte y parte. Y el Jefe del Estado anuncia el establecimiento de un término de cuatro meses para llegar a los acuerdos definitivos.
Ese camino se había interrumpido cuando, estando en período de cese al fuego unilateral decretado por las Farc, sus hombres dieron muerte a once miembros de la Fuerza Pública en el municipio de Buenos Aires, corregimiento de Timba –Cauca-. Eso hizo que el Presidente Santos ordenara la reanudación de los bombardeos que había suspendido; la Fuerza Aérea procedió, fueron bombardeadas varias zonas del territorio, y en los ataques perdieron la vida numerosos guerrilleros. Las Farc decretaron el fin del cese unilateral del fuego, emprendieron de nuevo acciones terroristas contra la infraestructura energética y derramaron petróleo en carreteras y ríos, causando un enorme desastre ecológico.
Vuelven a decretar el cese al fuego unilateral, desde el 20 de julio, pero no tenemos garantía de que respeten su palabra, ni de que cesen los secuestros, las minas anti personas, los ataques a la población civil, los atentados contra torres de electricidad y oleoductos.
Difícil creerles, pero tampoco podemos renunciar tan fácilmente al logro del objetivo. En tal sentido, no está bien precipitar una terminación abrupta de las conversaciones, ni transmitir al país la sensación de que fracasamos una vez más, y de que estos tres años se han perdido. Lo indicado es que, al menos, dejemos transcurrir el plazo señalado por Santos, en busca de una última oportunidad para la paz.