La cobardía, la sevicia y el odio con los cuales actuaron los enemigos de la Humanidad fueron los rasgos predominantes del ataque en Niza, mediante un camión enorme, dirigido contra la multitud, que completamente desprevenida se agolpaba para participar en los festejos de esa señalada fecha patriótica. El conductor, finalmente abatido por la policía francesa, manejaba el vehículo en zigzag, con el deliberado propósito de atropellar al mayor número posible de personas. Armas y explosivos fueron hallados en el interior del carro. Todo planificado, con método y premeditación.
Hasta el momento en que escribo esta columna, las autoridades de Niza informaban que, a raíz del criminal evento, el número de muertos llegaba a ochenta, y los heridos pasaban de cien. Víctimas inocentes, completamente desprevenidas, en inferioridad de condiciones. La mayoría no pudo siquiera correr para protegerse porque no podía ver a su fanático agresor: los ciudadanos franceses presenciaban la celebración que tenía lugar mediante fuegos artificiales.
Violencia que genera violencia. Violencia que multiplica la violencia. Muertos y más muertos. Sociedades supuestamente civilizadas y una época en que constituciones, declaraciones y tratados proclaman la vigencia de los derechos humanos y el respeto a la dignidad humana, miran con pánico y gran incertidumbre la posibilidad de ataques en cualquier parte y en cualquier momento. La seguridad no existe.
La sorpresa y la indefensión de las víctimas caracterizan a la violencia terrorista, que precisamente por ello es cobarde y muy difícil de prevenir. Con el ánimo y el cálculo de causar el mayor número posible de muertos. El desprecio por la vida humana, la crueldad y el crimen quieren dominar. Los gobernantes, las policías y los organismos de seguridad se muestran impotentes y desconcertados.
¿Dónde y cuándo tendrá lugar la próxima masacre? ¿Qué quieren estas organizaciones? ¿Para dónde van? ¿Cuáles son sus designios? ¿La inspiración criminal tiene por móvil único la intolerancia religiosa? ¿O los propósitos religiosos están ligados a objetivos políticos? ¿Esta sed de muerte y destrucción busca someter a Occidente? ¿Qué piensan hacer los gobiernos? ¿Vendrá ahora, como siempre ocurre cuando las potencias se ven atacadas, una época durante la cual -en busca de la seguridad y para sorprender a los terroristas-, se recortarán libertades y se someterá al ciudadano del común a medidas extremas? ¿De dónde viene este furor del terrorismo, su sangre fría, su capacidad de sorpresa, su crueldad, su arrojo suicida y la cuidadosa planificación de cada acto criminal bajo riguroso secreto? ¿Todo esto cambiará el rumbo de la Historia?
En todo el mundo rondan estas, o similares inquietudes. Frente a ellas, las respuestas son muy disímiles. Lo cierto es que el terror aumenta, y ello multiplica las ansias bestiales de los asesinos.