Aunque el propósito del Gobierno al invitar al Papa Francisco a Colombia haya tenido un carácter marcadamente político, para apoyar el Acuerdo Final de Paz firmado con las Farc, y aunque en efecto el tema haya estado presente en algunas de las intervenciones pontificias de estos días, nos parece que la presencia de Francisco en nuestra tierra ha tenido un significado mucho mayor. Ha rebasado con mucho el corto objetivo oficial de obtener una especie de paz y salvo definitivo sobre el mencionado documento.
No nos debe extrañar, porque es perfectamente natural, que hable de paz y se comprometa con la paz un Pontífice, en particular este, caracterizado por su bonhomía -definida por el Diccionario como "la sencillez unida con la bondad en el carácter y en las maneras"-, la cual no riñe con la claridad de pensamiento y el sentido propio de un jesuita. Y que le parezca bien que haya un acuerdo entre el gobierno y la mayor organización guerrillera del país, tampoco es extraño. Como no lo es que desconozca en detalle muchos otros elementos específicos de los acuerdos, en especial todo lo atinente a la implementación y desarrollo jurídico de los mismos. Si los colombianos ignoramos muchas cosas del proceso, y si la mayoría -aquí, dentro del territorio- ha sido llevada mediáticamente a confundir el valor de la paz con las normas que Congreso y Gobierno han expedido, ¿qué se puede esperar del Papa, cabeza de la Iglesia universal, que recibe información de todo el mundo, que no anda precisamente desocupado y que no está concentrado exclusivamente en el caso de Colombia?
Sin embargo, su gran inteligencia le ha permitido evitar la utilización de su figura y de sus palabras, y ha resuelto, como se puede ver en sus intervenciones, salirse del estrecho marco que se le quería trazar, para ampliar la cobertura y contenido de la actividad y del mensaje pastoral que desarrolla. Ha insistido en el trasfondo social de los conflictos; en la urgencia de reivindicar los derechos de los pobres y necesitados; en el llamado a la juventud para que sueñe y vuele alto, tenga sus propios ideales y conceptos, sin manipulaciones; en la muy importante advertencia a los obispos y los clérigos: no son técnicos, ni políticos. Son pastores. Entonces -deducimos-, tienen que ser imparciales, objetivos, llevar el mensaje de Cristo a todos, sin casarse con tendencias o partidos.
El Papa, en nuestro concepto, ha tocado muchos temas vitales para Colombia. Ante todo, ha llamado la atención del Estado y las autoridades sobre la pobreza, el hambre, la injusticia social, la inequidad, las desigualdades, el abandono de muchas regiones, el descuido del medio ambiente, las carencias en materia de salud y educación, la realidad y las necesidades de la Colombia profunda, los derechos de la mujer, de los enfermos, de los niños y los ancianos.
En cuanto a la paz, encontramos equilibrio en las palabras del Papa al referirse a la reconciliación, que no se agota en un texto de Acuerdo. Habló de perdón, desde luego, y no podría ser de otra manera, pero con verdad, justicia y reparación. En materia de VERDAD, sostuvo textualmente: “Verdad es contar a las familias desgarradas por el dolor lo que ha ocurrido con sus parientes desaparecidos" (…) "Verdad es confesar qué pasó con los desaparecidos y con los menores reclutados por los actores violentos".
Todo ese panorama es mucho más grande que el Acuerdo firmado; mucho más comprehensivo; de unas dimensiones que desbordan el cálculo que pudo hacer el Gobierno. Significado de lo dicho: si el Estado no atiende todo eso, olvídese de la paz. Este es el primer paso, pero debe dar muchos más, para que la paz sea verdadera.
