Lo ocurrido ayer en Nueva York, cuando un energúmeno condujo un vehículo contra varias personas desprevenidas e indefensas, causando la muerte a 8 y heridas a 16 más, es un acto más de barbarie e injustificada violencia, ya reivindicado por ISIS, el llamado Estado Islámico.
En lo que se conoce ya como "terrorismo de atropellamiento", el asesino, de 29 años, proveniente de Usbekistán, invocó el nombre de Alá en el momento del ataque, como lo han hecho otros terroristas en ciudades europeas, usando la misma modalidad criminal.
El hecho cierto e incontrovertible es que el terrorismo está recorriendo el mundo. El atropellamiento es solamente una de las formas de causar el mayor número de muertos en cada incursión de los asesinos, generalmente fanáticos religiosos.
Lo grave para los gobiernos y las autoridades de policía de los países consiste en que no se sabe el día, la hora, ni la modalidad asesina que utilicen los desquiciados que, en cualquier parte, se sienten identificados con el Estado Islámico y sus consignas extremistas.
Tampoco se sabe si el fanático delincuente es extranjero -ni de cuáles países puede venir, a pesar de la lista de Trump, que no incluía personas de Usbekistán-, o si puede ser un nacional del Estado en donde los crímenes ocurren, pues los atacantes lo han sido de una y otra parte, de modo que el elemento común a todos ellos, en la generalidad de los casos, es su fanática convicción de actuar en el nombre de Alá y en representación de ISIS.
El pánico se extiende. Ya no hay seguridad en ninguna parte. Y todas las medidas policiales están siendo insuficientes. No termina el mundo de reponerse de un ataque masivo cuando ya otro se presenta, en cualquier sitio y al momento menos pensado.
Los Estados deben buscar ahora nuevas formas de combatir el terrorismo, que infortunadamente está alcanzando sus nefastos propósitos.