Pero Bolsonaro no es de fiar. Aunque en sus primeras palabras hizo referencia a la práctica de la democracia, a la necesidad de volver a los valores y principios que restablezcan el respeto a la vida y a la familia, a la urgencia de luchar contra la corrupción, propósitos todos ellos que -así enunciados- no podríamos dejar de compartir, lo cierto es que, para conocer su programa de gobierno y su ideología no debemos basarnos tan solo en el emocionado discurso del triunfador, improvisado al conocer los resultados a boca de urna.
Hay que ver los antecedentes del ex militar elegido y lo que ha sostenido y predicado de tiempo atrás, para entender que al pueblo del Brasil no le esperan propiamente días felices durante los cuatro años de gobierno que se inician el próximo primero de enero.
En efecto, algunas de las más conocidas consignas del capitán Bolsonaro, como las que proclaman el nacionalismo y el militarismo, las que prometen un esquema neoliberal en lo económico, la que simpatiza con la pena de muerte, la que defiende la práctica de la tortura, la que busca facilitar una generalizada posesión de armas, la que discrimina a las mujeres, a los indígenas y a los afrodescendientes, la que considera "una desgracia ser patrón con tantos derechos laborales", la que garantiza inmunidad a los policías ante los delitos que puedan cometer en servicio...Todas esas posiciones extremas, que contradicen los principios democráticos, la concepción republicana de gobierno y el Estado Social de Derecho, nos parecen peligrosas. Hacemos votos porque el nuevo presidente no las ponga en práctica, y que Dios -al que tanto invoca Bolsonaro- proteja a los brasileros de una dictadura.