Tuve el honor de trabajar en el gobierno de Belisario Betancur, en el Ministerio de Desarrollo Económico y en el de Hacienda. Bajo su dirección, al lado de juristas como Liliam Suárez y Guillermo Salah, participé en la redacción del Decreto Ley 222 de 1983 –estatuto de contratación estatal- y de los decretos con fuerza de ley que establecieron límites a los cánones de arrendamiento de inmuebles.
Los recuerdos que tengo del ex presidente son los de un gobernante amable pero exigente; madrugador, puntual y exacto; escuchaba con atención todas las inquietudes de orden jurídico y práctico que surgían en el curso de las reuniones de trabajo que él mismo presidía, en las que participábamos los funcionarios de distintos ministerios y departamentos administrativos. Siempre procuraba aportar, más que imponer, y cuando no estaba de acuerdo con alguna idea, propuesta o texto, exponía de manera tranquila las razones de su discrepancia, y así esperaba que nos comportáramos. La suya no era la actitud autoritaria de quien se considera superior a todos sino la disposición del profesor acostumbrado a estimular con paciencia debates serios, razonables y fundamentados.
Ha fallecido un demócrata convencido, un intelectual y un político respetuoso del Derecho, que, con honestidad y buen criterio, trabajó incansablemente por la paz de Colombia. No la pudo cristalizar pese al “Acuerdo de La Uribe” de 1984.
Infortunadamente, durante su período de gobierno (1982-1986) Betancur debió enfrentar situaciones muy graves, de enorme dificultad, que han marcado la historia reciente del país. Basta recordar el fracaso del proceso de paz que lideró; la actividad criminal del narcotráfico; el sacrificio de su ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla, y el posterior atentado contra el también ministro Enrique Parejo, a manos del narcotráfico; los crímenes cometidos contra jueces, magistrados, testigos y funcionarios; los secuestros; la toma y la retoma del Palacio de Justicia; y catástrofes como el terremoto de Popayán y la erupción del volcán Nevado del Ruiz.
Especialmente compleja fue la situación que enfrentó el ex mandatario en la dolorosa jornada del 6 y 7 de noviembre de 1985, cuando fueron asesinados los más respetables magistrados y muchas personas más. Horrible episodio sobre cuya verdad aún se desconocen muchas cosas. Por lo que respecta al entonces Jefe del Estado, siempre le oímos decir –ojalá lo haya hecho- que dejaría memoria de lo acontecido, para ser divulgada tras su muerte.
Pero a los personajes de la Historia –de la cual ya hace parte Belisario-, que al fin y al cabo son seres humanos –por tanto, falibles-, se los debe juzgar más por sus aciertos, logros y buenas ejecutorias que por sus errores, omisiones o actos negativos. En el caso específico de Betancur, pensamos que actuó de buena fe, aunque –como lo reconoció de manera expresa y pública- se haya equivocado. Fue un humanista y un patriota que pensó siempre en el bien de Colombia. Contribuyó de manera decidida y clara, en todos los cargos que desempeñó y en su actividad política, a la vigencia efectiva de la democracia. Hizo mucho por la cultura. Y, con prudencia inigualable, al dejar la presidencia, se retiró de verdad. Descanse en paz