La libertad de expresión es inconmensurable. Eso de que llega hasta donde comienza la del otro, es una buena metáfora, y nada más. La libertad de expresión nos atraviesa a todos adquiriendo la forma de tolerancia. Porque si uno quiere libertad de expresión, tiene que soportar la de los demás: así de simple.
Calumniar, injuriar, incitar al odio y la violencia, no es libertad de expresión: es delito, y de los delitos se encargan los jueces, no los medios de comunicación. No publicar o suprimir textos que se salgan del marco legal, no es censura: es cumplir la ley que, en Colombia, castiga tanto al delincuente como al medio de comunicación que da pábulo a esos delitos (art. 222 C/Penal).
Por defender la democracia no se pueden cometer actos antidemocráticos. El caso Trump/Twitter-Facebook y demás, no es para aplaudir, así nos plazca. A Trump lo censuraron. Las plataformas de comunicación que albergan las redes sociales tomaron el atajo de la censura en vez de hacer cumplir los contratos que tácitamente todos aceptamos al abrir una cuenta. Si tienen prohibido calumniar, injuriar, incitar al odio o la violencia, deben tener un algoritmo calificado que detecte anticipadamente los textos de los internautas violadores del acuerdo, y si se filtran, borrarlos, sería el procedimiento. Lugo, dar testimonio en los casos en que las víctimas acudan a los jueces en busca de reparación.
El caso en comento alebrestó de nuevo la expedición de legislación reglamentaria de las redes sociales, como si éstas fueran los únicos medios de comunicación por donde se filtran los atentados contra la libertad de expresión. Los tradicionales (prensa, radio y TV), son portadores primarios de calumnias, injurias, incitaciones de odio y violencia auspiciadas por los gobiernos de turno y el poder económico dominante, mediante generosa publicidad y prebendas a directores y periodistas destacados.
Si en algo estamos de acuerdo todos es que las redes sociales son válvula de escape a la censura que aplican los medios tradicionales cuando los hechos no convergen con sus intereses políticos y económicos. Por tanto, los aplausos que despierta la censura a Trump alientan la censura directa de los gobiernos a las plataformas de comunicación bajo la excusa de impedir la irrupción de nuevos ‘Trumps’ en las redes sociales.
¿OJO!: defender la libertad de expresión (y de opinión) de Trump, no es defender a Trump; es defender en él, la libertad de expresión (y de opinión) que tenemos todos como derecho inalienable consagrado en todas las constituciones democráticas del mundo. No podemos confundir, como es costumbre inveterada, el contenido por el continente: a Trump, con la libertad de expresión; ni la libertad de expresión, con la calumnia e injuria, y demás delitos que aliente la lengua.
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