Un reconocido cientista político, Giovanni Sartori (1924-2017) dice que, si hay un sistema electoral mejor, es la doble vuelta por el amplio margen de posibles variantes; y otro, no menos reconocido, Maurice Duverger (1917-2014), también la potencia como el sistema que tiende a la formación de alianzas partidistas que rompen el anquilosado bipartidismo, como en USA, por ejemplo.
La mayoría de analistas políticos desarrollan sus conclusiones sobre hipótesis basadas en el “velo de ignorancia”, súmmum de la ‘Teoría de la Justicia’ en Rawls … La síntesis es que la segunda vuelta presidencial respondería a resultado justo, si y solo si se desarrollara en condiciones de imparcialidad: solo la igualdad de oportunidades de entrada puede arrojar resultado imparcial de salida; si uno de los competidores altera el juego, el resultado, por lógica, es injusto, o antidemocrático, en el presente caso.
¿Qué hicieron Santos (2014) y Lasso (2021) para remontar distancias y superar al contrario que les derrotó en primera? La suspicacia da paso a una hipótesis probable: alteraron las reglas del juego electoral y recurrieron a argucias reñidas con la democracia pura (no dura, que parece ser la praxis de hoy). Pudieron conquistar la mayoría sumando votos clientelistas o, abiertamente, comprándolos. En Santos, pudo ser lo primero, al fin y al cabo era Presidente-candidato; en Lasso, lo segundo, al fin al cabo pasa por ser exbanquero multimillonario en su país ; o, en ambos, una combinación de lo primero y lo segundo. Estamos en mundos políticos –Colombia y Ecuador-- no propiamente ejemplares: ambos, calificados como “democracias deficientes” en el Índice Global/2020.
Si los analistas de hoy, que defienden las teorías de Sartori y Duverger, corrieran un poco el velo, podrían ver que el sistema se presta a inclinar el resultado en favor del más poderoso; poder que raramente es ganado en juego limpio.
Ahora se entiende bien la máxima de Churchill: “La democracia es el menos malo de los sistemas políticos”. Que sea el menos malo, no significa que no admita mejoras. La doble vuelta presidencial debe reglarse sobre unas normas electorales muy específicas que cubran al máximo los riesgos antidemocráticos de la “mano invisible” de quienes ostentan el poder político o económico. De lo contrario, estaríamos llegando al fin de la democracia, hipótesis que también tiene un buen equipo de cientistas políticos.
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