Cuando un(a) columnista goza de buena fama, bien por su trayectoria profesional o por su ascendencia social y contactos políticos ; o por el mismo prestigio del medio que le acoge, su credibilidad se infiere de ello. Es lo que se llama “suspensión voluntaria de la incredulidad”, como sucede, por ejemplo, con las películas, donde la ficción se nos hace mentalmente real. Así, los lectores de MIR, sin más ni más, dan por hecho que Petro es “ignorante”.
Sobre el caso, el acucioso jurista-columnista, Rodrigo Uprimny, quien, de paso, también goza de buena fama en su especialidad, sometió a un ligero chequeo el ‘fast-check’ de la columnista, y la refuta con documentado argumento.
¿Quién quedó de mentiroso(a)? Bueno, tal vez prime una especie de polarización lectiva. Pero habrá un segmento que juzgará con criterio personal los conceptos de una y otro, independientemente de su respectivo currículum.
El caso lo traemos a colación, no por sus protagonistas, sino por el atraso cultural que encierra la “suspensión voluntaria de la incredulidad”, de la que se aprovechan las élites en general, no solo los columnistas, para ejercer sobre la masa, solapada violencia intelectual, madre de todas las violencias: ideológica, política, religiosa, adoctrinamiento, racismo, demonización y, finalmente, violencia física intersocial. En Colombia, la ‘gente bien’ -como se dice ahora- sí que sabe de esto.
Desde que la posverdad se asocia con falsa noticia (fake-news), han surgido portales especializados en chequeos rápidos de comprobación de hechos (fact-checking). Pues, parece que la omnipresente falsa opinión globalizada necesita, y más, ‘check-opinion’, o sea, la comprobación de los hechos de que se vale un columnista para opinar. Sería muy conveniente, aunque lo ideal sería que la opinión pública desplegase, a través de la educación, su natural duda metódica para llegar, por su propio instinto, a la base del conocimiento cierto (Descartes). “No tragar entero”, nos decía, el siglo pasado, el recordado estadista, Alfonso Palacio Rudas.
Así, la libertad de expresión será un derecho sopesado por la opinión pública y, dentro de ella, cada cual seguirá diciendo lo que a bien tenga, pero su peso no será tasado por su prestigio, sino por la verdad contenida en su opinión.
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Fin de folio.- Los males que duran más de 100 años, entre estos, la mentira organizada, se alimentan de la ignorancia colectiva.
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