Me late que a mediados del próximo marzo, entre el 15 y el 20, cuando salga al mercado la emisión de bonos soberanos de El Salvador, aceptando pagos en criptomonedas, el acontecimiento va a ser histórico. El proceso avanza con relativa displicencia mediática… No obstante, tres conspicuos senadores estadounidenses, Jim Risch y Bill Cassidy (republicanos), y Bob Menéndez (demócrata, presidente del Comité de Relaciones Exteriores), impulsan un proyecto de ley sobre “Responsabilidad de las criptomonedas”.
Y es que, para visualizar el tema, así como las redes sociales nos convirtieron a todos en editores de noticias, rompiendo la hegemonía de los medios tradicionales, también cargamos en el bolsillo un móvil que puede emitir bitcoin, por ejemplo, en cualquier parte del mundo, emulando a la banca central y los bancos privados.
Klaas Knot, presidente del Consejo de Estabilidad Financiera con sede en Basilea, órgano asesor del G20, señaló hace poco que las criptomonedas son un riesgo a la estabilidad financiera global por su auge y creciente empatía con el sistema financiero tradicional. La alarma se enfoca también en que se prestan más fácilmente al lavado de capitales haciendo difícil la lucha contra el terrorismo y la corrupción. Las investigaciones hechas hasta ahora no marcan esa tendencia y, en cambio, sí recuerdan que, según datos de la ONU/2021, entre 800 y 2.000 millones de dólares se lavan dentro del sistema financiero tradicional en dólares y euros.
En síntesis, los bonos salvadoreños tienen filosas aristas políticas, geopolíticas, económicas, financieras y, sobre todo, monetarias. Si tiene éxito la emisión, podría meterle una tarascada a la soberanía monetaria, tipo neoliberal, asentada en la banca central, cabeza visible de un sistema financiero omnipresente, omnipotente y omnívoro , como lo conocemos hoy.
Lo particular de las criptomonedas es que al ser un esquema monetario virtual e individual, que puede o no relacionarse con el sistema financiero convencional, no se puede controlar mediante regulación nacional o internacional que establezca, por ejemplo, en qué, cómo y cuándo se puede usar. Ello es evidente en la medida en que, a regañadientes, algunos importantes bancos privados, varios plataformas comerciales y algunos estados dentro del mismo Estados Unidos, las han tolerado. La creciente expansión del dinero digital, como lo confirma el G20, concluye que luchar contra las criptomonedas es una guerra perdida contra el futuro, que siempre se impone.
En cierta forma, El Salvador ha sido empujado a ensayar la alternativa por… 1. Tiene pendiente hace rato un préstamo de contingencia del FMI por 1.300 millones de dólares que nada que le aprueban; 2. El alejamiento del presidente Bukele de la órbita Washington ha hecho bajar su grado de inversión hasta el nivel de “negativo”. Pero, no obstante eso, a cualquier ciberinversionista le puede resultar indiferente. Las criptomonedas parecen redentoras de esa coyunda financiera por donde circula todo el sistema de divisas fíat (dinero sin respaldo tangible). Todo este imperio puede hacer agua si El Salvador corona con éxito su emisión soberana, porque seguirían el ejemplo muchos países agobiados por una deuda internacional impagable que consume hasta el 50 % de su presupuesto anual en el servicio de la deuda externa.
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Fin de folio.- La Guerra Fría, esta vez ampliada con la participación de China del lado ruso, aviva la geopolítica global. Y eso, paradójicamente, es bueno para bajar la arrogancia de Occidente tras la caída del Muro de Berlín.
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