Es también la verdad un componente indispensable para que, en un Estado democrático, se administre justicia recta y firme. Y también es indispensable para que se realice la paz, ese valor que ha sido y sigue siendo tan esquivo y difícil de alcanzar para los colombianos.
Quien esto escribe considera que estamos lejos de vivir en una sociedad libre, justa y en paz, precisamente porque hace falta mucha verdad. Aunque con excepciones -porque sería injusto generalizar-, lo cierto es que, por mayoría, nos hemos acostumbrado a las apariencias, a las formas externas bonitas y agradables, pero que muchas veces ocultan fondos oscuros, malévolos e indeseables. A la manipulación y a la tergiversación, y a las promesas incumplidas, que son una forma de engaño. A los eufemismos, que son modalidades de disimulo y falsedad. Y también a creer en todo lo que dicen y proclaman políticos, dirigentes, legisladores, gobernantes y medios de comunicación, y a creerlo sin mayor análisis, sin confrontaciones, sin criterio y sin exigencia alguna de rectificación, precisión o complemento. Nos conformamos con lo poco que se nos informa o divulga, no tanto por confianza sino por pereza, ya que es muy poco o nada lo que investigamos.
Estas reflexiones vienen a propósito de las importantes audiencias convocadas en estos días por la Jurisdicción Especial de Paz -cuya gestión merece el reconocimiento nacional-, en relación con los crímenes denominados “falsos positivos”. En el curso de ellas pudimos escuchar confesiones y peticiones de perdón, por parte de ex miembros del Ejército colombiano. Narraron escabrosos detalles sobre acciones suyas, espantosas e inhumanas, en cuyo curso murieron muchos inocentes, con el despreciable y ruin propósito oficial de presentar al país la mentira de unos mayores logros en la lucha gubernamental contra la subversión. Escuchamos con horror esas confesiones, justamente el mismo día en que, en la Cámara de Representantes, se buscaba la verdad -sin obtenerla- sobre el no menos doloroso caso de la reciente matanza de civiles en Puerto Leguízamo -Putumayo-.
Esas estremecedoras declaraciones ante la JEP y en presencia de las víctimas, sobre los falsos positivos -que nos avergüenzan ante el mundo-, además de reflejar la crueldad y la indolencia de tan macabras operaciones, muestran la importancia de seguir conociendo toda la verdad, esa que las adoloridas madres de las personas asesinadas han venido buscando infructuosamente, e identificar, de una vez por todas, a los máximos responsables.
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