Cuando en 1958, Estados Unidos padecía estanflación (inflación con desempleo por estancamiento económico), el reconocido economista de entonces, Abba P. Lerner, describió el fenómeno como “inflación de los vendedores”, formulando la aplicación de control de precios… Su estudio, como sus recomendaciones, quedaron congelados.
Vale la pena considerar hoy, 65 años después, lo que observaba Lerner en 1958:
(…)
“Los precios están subiendo, no por la presión de los compradores, a los que les cuesta comprar, sino debido a las presiones de los vendedores, que insisten en subir los precios. Podemos decir que lo que tenemos no es una inflación de compradores, sino una inflación de vendedores, y es este problema (…)”.
Un paréntesis: el gerente del Banco de la República, Leonardo Villar, no parece conocer esta vieja reflexión, a juzgar por lo que expuso la semana pasada en el Congreso de Andesco (Asociación Nacional de Empresas de Servicios Públicos y Comunicaciones): “la inflación aún está en niveles inaceptablemente altos”, dando lugar a que los agentes económicos del país mantengan la lúgubre expectativa de nuevas alzas de interés, a pesar de que evidencias de recesión económica ya se manifiestan en EE.UU. y Europa, impulsadas por la ortodoxa lucha de la banca central contra la inflación.
Retomando el tema, cuando en 1978, la inflación de dos dígitos volvía a azotar la economía estadounidense, a tal punto que los consumidores clamaban por control de precios, la respetable, Heritage Foundation, refugio académico de la ultraderecha estadounidense, documentó una investigación de su director de estudios, en ese momento, Robert L. Schuettinger, remontada 40 siglos atrás (4.000 años, según se indicaba), en la que sostenía que en ese largo lapso, los distintos países que habían combatido la inflación con restricciones al libre mercado, habían fracasado. Conclusión: se echó al cesto la idea de controlar los precios, más no los salarios.
Nota: La Heritage Foundation es autora del famoso Índice de Libertad Económica, una serie de 12 indicadores difundidos en 1995 y aplicados, a ultranza, por el globalizado modelo neoliberal.
Más de 60 años después de Lerner, un par de académicos, Isabella Weber y Evan Wasner, descongelan su teoría sobre la inflación de vendedores, la documentan a través de encuestas realizadas en plena pandemia de la covid-19, enlazadas con la guerra en Ucrania, y se las publican (promocionan) en los novedosos estudios sobre economía de Massachusetts, 2023.
En resumen, sostienen Weber y Wasner:
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que la inflación en la actualidad es, principalmente, impulsada por los vendedores, y tiene raíces en factores microeconómicos, en lugar de ser exclusivamente un fenómeno macroeconómico.
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Su investigación revela que hubo, y hay, confabulación de empresas con poder de mercado para aumentar precios según sus propias expectativas inflacionarias, sin más…
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Argumentan que estas empresas crean inflación bajo dos circunstancias:
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Aumentan precios si intuyen que sus competidores más cercanos también lo harán (inflación autoconstruida.
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De común acuerdo implícito (cartelización), provocan choques de costos y cuellos de botella en el suministro de todo el sector respectivo.
El alza de precios, decidido por empresas poderosas, influye en el proceso inflacionario de dos maneras: 1. Encadena alzas (efecto dominó), aguas abajo, en productos afines o derivados, para mejorar o proteger sus propios márgenes de ganancias; 2. Obliga a los trabajadores a presionar por aumentos salariales, tratando de defenderse de la pérdida de su poder adquisitivo.
Cada quien puede atestiguar la presencia de monopolios y oligopolios en sus entornos, que elevan precios sin razón aparente de nuevos o mayores costos de producción.
En Colombia flotan en el ambiente, aún, tres casos, dos nacionales y uno global:
1) El cartel de la pañalera, que operó entre 2001-2012, más de una década, entre las empresas Tecnoquímicas, Familia y Kimberly-Colpapel;
2) El cartel cementero, que conformaron durante varios años las empresas Argos, Cemex y Holcim, inflando los precios en 36,8 %, según la investigación. Los especuladores fueron sancionados con multas millonarias (sin registro de pago), pero su daño socioeconómico, inducido por la inflación, sobrepasa, de lejos, cualquier monto pecuniario impuesto. Penalmente quedó impune. Investigaciones similares se han empezado, y al parecer engavetado, en las industrias azucarera, arrocera y láctea;
3) El cartel de los laboratorios farmacéuticos, intocable en el mundo entero… Ni aun poderosas agremiaciones defensoras del consumidor han podido hacer nada de nada para desbaratar su cartelización y consiguiente especulación con los precios de los medicamentos.
La política antiinflacionaria hoy, volviendo al tema de los académicos, apunta a contener los aumentos de precios en la etapa de impulso, para evitar la inflación desde el inicio (control de precios, en buen romance).
Especulación llamamos, llanamente, a la manipulación de precios que, so cualquier pretexto, desatan los vendedores de todos los pelambres, desde grandes empresas con poder de mercado hasta las tiendas de barrio. Al parecer, la especulación es patente de corso amparada por el libre mercado, contra la que no cabe legislación ni norma legal. La misma académica Isabelle M. Weber trinó, recientemente, observando que la propia Christine Lagarde, la flamante exdirectora del FMI, hoy, directora del BCE (Banco Central de la Unión Europea), se quejaba de que las grandes empresas estaban trasladando a los clientes “más allá de la mera presión de costos” todo el peso inflacionario. Busqué la fuente de su trino y la encontré en el Tagesschau (Noticias diarias), de Alemania, con un sugestivo título: Lagarde ve “inflación de la codicia” en las empresas. Y agrega: “De manera inusual, el BCE ha criticado a las empresas por impulsar artificialmente la inflación. Lo que es molesto para los consumidores se convierte en un problema para los guardianes de la moneda: no pueden hacer nada contra la codicia de ganancias; la codicia es difícil de frenar con la política monetaria. Ni las subidas de tipos de interés ni la política monetaria restrictiva ayudarán contra la inflación injustificada”.
Por lo que ni el poderoso BCE puede hacer nada, Lagarde instó a las autoridades nacionales de la Unión Europea a que cada país aborde el problema con sus herramientas apropiadas: “Definitivamente lo consideraría absolutamente necesario”, dijo, en un discurso ante el Parlamento de la UE. También fuera bueno que nuestro gerente del banco central se notificara de este novedoso pronunciamiento de la poderosa banquera internacional.
Siguiendo su consejo, el desafío de combatir la inflación de la codicia, pasaría por: 1) Implementar regulaciones estrictas (control de precios), sobre todo en la comercialización de alimentos, y tasas de interés del sector financiero, e inclusive, aplicación de impuestos sobre ganancias ocasionales; 2) Promover una información de precios precisa y oportuna y elevar la especulación a delito penal, por el daño social implícito. Pero, cuando se insinúa cárcel a especuladores, salta la academia neoliberal a pontificar que la lucha es macroeconómica, no puntual. En ese orden de ideas, la ortodoxia de la banca central termina por asociarse a la especulación para llevar la economía a la ruina, en donde la pobreza acaba con la inflación… y también con la gente.
Le sonó la flauta
Un golpe de gracia fue el del presidente Petro, en su paso reciente por Portugal (05/mayo/2023), al lograr un acuerdo implícito con Tiendas ARA, presente en Colombia, para bajar, motu proprio, los precios de los alimentos. El propio Presidente, a su regreso al país, le dio publicidad, en su cuenta tuiter, al ‘pacto de caballeros’. No pasó una semana sin que otros grandes y medianos mercados (Éxito, Colsubsidio, Olímpica, Tiendas D1, Alkosto, Jumbo, Home Center, Makro), y plazas de abastos, siguieran la línea a la baja, para no perder mercado. Desde entonces, la tendencia inflacionaria se quebró, dando respiro a los consumidores, a tal punto, que el país lidera el ranking Latinoamericano en la lucha contra la inflación, a pesar de la terca ortodoxia (¿pleonasmo?) del Banco de la República. Pero tales arranques de buena voluntad son exóticos en el libre mercado. La regla, como bien lo advierten los investigadores Weber y Wasner, sorpresivamente acogida por Lagarde, es legislar y aplicar normas legales contra la especulación, ex ante.
La inflación de vendedores, como finalmente terminará imponiéndose el término en el argot económico, aunque me gusta más el de inflación de la codicia, no está considerada como factor importante en la literatura económica convencional, que insiste en considerar el fenómeno como producto de múltiples factores que inciden en la oferta y la demanda… Y no es preciso preguntar el porqué, considerando que el libre mercado, proclamado desde La riqueza de las naciones (1776), es intocable y justifica todas las formas posibles de redituar lo máximo del capital, más hoy, dentro del globalizado modelo neoliberal en virtud del cual, desde la imposición del dólar como patrón monetario (1971), algunas medidas que se habían implementado contra la especulación, como el mismo control de precios, acabaron en el cesto de la basura histórica.
Colorían colorado: Desde que la U. Massachusetts subió a su página web el trabajo de los académicos Weber y Wasner, su fama internacional crece “como las sombras cuando el sol declina”, para decirlo poéticamente como el inca, Choquehuanca, refiriéndose al Libertador Simón Bolívar.
Por ejemplo, cuando Weber sugirió en The Guardian (diciembre 2021) la necesidad de implantar control de precios, explotó con rabia el Nobel Paul Krugman, calificando la idea de “estúpida”, seguido por sus colegas alemanes con epítetos peores. Sin embargo, la tesis sobre la inflación de vendedores viene calando en la consideración académica, a tal punto, que Krugman se ha disculpado con ella al ver florecer en la Unión Europea controles de precios al gas natural; a la administración Biden haciendo aprobar, por el Congreso, el plan IRA (ley contra la inflación), y al primer ministro, Rishi Sunak (Reino Unido), moviéndose en dirección del control de precios a los alimentos. Ahora más, frente al pronunciamiento de la presidenta del BCE reseñado atrás, agregando, por último, el del economista-jefe del poderoso Banco de Austria, Stefan Bruckbauer, fustigando, en Twitter, a las industrias energética y de la construcción, al denunciar que sus “ganancias han contribuido significativamente a la inflación en 2022”.
Perfiles de estos académicos, y su investigación, se han publicado, en el último año, en los más influyentes diarios del mundo, demostrando que llegó la hora de implantar el control de precios, no solo de salarios, y meter a la cárcel a los especuladores.
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