Ha sido sin duda la palabra más usada en los últimos años por el Gobierno, por la oposición, por todos los colombianos, por el Papa, por las Naciones Unidas, por gobernantes de otras naciones, a propósito de los muchos eventos de sangre y muerte que tienen lugar a diario en distintos puntos del planeta.
Por regla general, la paz no se define. Se la presenta normalmente a partir de sus contrarios, o mediante términos que se supone son sus sinónimos: “ausencia de guerra”, “orden público”, “orden institucional”, “sujeción a reglas de convivencia; “calma, tranquilidad, serenidad”, “erradicación del terrorismo”, “lo contrario de agresividad y odio”, “ trato magnánimo hacia el enemigo derrotado”, “armisticio”, “perdón”, “reconciliación”, “convivencia”. “Es la expresión colectiva del amor entre los seres humanos”, o “…es un don de Dios”, al decir de las religiones. “El desarrollo es el nuevo nombre de la paz”, proclamaba el Papa Pablo VI.
El Papa Francisco ha declarado: “Sólo la paz es santa y no la guerra” (…) "Nuestro futuro es el de vivir juntos. Por eso, estamos llamados a liberarnos de las pesadas cargas de la desconfianza, de los fundamentalismos y del odio”.
Según el Gobierno colombiano, si nos atenemos a lo que predicó durante la campaña del SÍ en el plebiscito, la paz no era otra cosa que el Acuerdo Final firmado en Cartagena el 26 de Septiembre, con las Farc, por lo cual, según su criterio, quien dijera NO al voluminoso texto le estaba diciendo NO a la paz. Una gran mentira y una gran injusticia.
Ahora bien, derrotado que fue ese documento en las urnas el 2 de octubre de 2016, hoy, siguiendo con la tesis gubernamental -avalada por muchos países y por el Comité noruego del Nobel- ha pasado a confundirse con el Acuerdo firmado el 24 de noviembre en Bogotá y “refrendado” por el Congreso, en una manifestación “indirecta” de la soberanía popular.
No voy a contradecir ninguno de los conceptos precedentes, ni otros, aunque acerca del último en referencia no estoy convencido, entre otras razones porque creo que la paz es un valor mucho más grande, que no se puede reducir a dos firmas, ni imponer descalificando y ofendiendo al contradictor. No obstante el Acuerdo y aunque el cese bilateral y definitivo del fuego ha sido muy importante y se debe reconocer que nos ha ahorrado sangre y muertes, todos los días se registran en el país, por actores diferentes, hechos de violencia, de secuestro, de discriminación, de intolerancia, de abuso, de abandono; atentados, violaciones, riñas, homicidios, muertes de niños por desnutrición… En fin, hechos que, mientras se sigan presentando, hacen imposible una verdadera paz.
Me permito agregar a todas esas definiciones algo que estimo esencial: la paz está, primero que todo, en cada uno. Proviene de la íntima convicción, y la práctica por supuesto, del respeto a los derechos de los demás, con espíritu tolerante, abierto, sincero, ecuánime, constante, en nuestra vida diaria.