Lo que está ocurriendo en Venezuela tiene características especiales, no solamente por la rápida e inevitable degradación de la democracia, sino por la desembozada actitud de quienes detentan el poder, se aferran a él y rompen descaradamente con el orden jurídico, sin respeto alguno por la dignidad de las personas, por los derechos, por las garantías, ni por las libertades públicas.

Es un régimen de fuerza, que con gran torpeza quiere dar la apariencia de gobierno democrático, que generosamente entrega al pueblo las herramientas para construir una sociedad pacífica y tranquila. Una paradoja en todos los sentidos: se presentan como defensores de un sistema democrático y de un Estado de Derecho, pero violan abiertamente la Constitución para convocar una Asamblea Constituyente ilegítima y armada al gusto de los gobernantes, sin contar con el voto popular universal y auténtico. Pero además, proclaman sus intenciones de paz y concordia, cuando el mundo entero presencia las terribles imágenes de una violencia desatada de tiempo atrás y agudizada en los últimos cuatro meses. Más de ciento veinte muertos, hasta ahora, cifra que seguirá creciendo. Un sinnúmero de heridos. Cientos de desplazados que se trasladan a Colombia en busca de elementales medios de subsistencia. Periodistas y medios amenazados, que adelantan su trabajo en circunstancias muy difíciles y con gran peligro. 

Todo ello ha provocado el rechazo internacional y el reclamo del mundo, en busca de una salida de Venezuela hacia la libertad y la democracia. Más de 40 países han manifestado que no reconocerán la nueva Constitución; esa que resulte de la Asamblea Constituyente, elegida en contravención de la Carta chavista de 1999.

La separación de poderes no existe. Ni los mutuos controles entre órganos del poder público. Y la Fiscal General, que se ha separado del Gobierno, muy seguramente será destituida.

Presos políticos y violaciones al debido proceso y a la libertad personal.

La economía ha llegado a niveles deplorables. Y el Presidente Maduro sigue adelante con una política social que desconoce los más elementales conceptos del buen gobierno. Todo se hace a las malas, y además, hay corrupción e impunidad.

Diríase que el único propósito del gobernante consiste en mantenerse en el poder, sin la más mínima ética, sin principios y sin ninguna vergüenza.