Ahora los medios se ocupan del caso de una actriz colombiana golpeada en México por su novio -otro actor colombiano-, sin que las autoridades judiciales y de policía de ese país le hubieren hecho justicia.
Un caso grave, sin duda, sobre cuyas consecuencias jurídicas debería resolver en un ámbito de cooperación judicial internacional para garantizar que el maltrato a esta dama no quede impune. Pero no el único, infortunadamente, aunque debemos decir: gracias a los medios se conocen cuando menos estos casos, y eso contribuye a que se despierte la sociedad.
En Colombia, al parecer, lo que no se divulga en los medios de comunicación, o lo que no se refiere a personajes públicos, es como si no existiera. A lo que presta atención la sociedad es al caso divulgado, no a la situación generalizada, que en materia de violencia se ha venido tornando de una gravedad extrema.
No es el caso de la actriz únicamente. No son nada más los casos que han divulgado los medios sobre violencia contra los menores. Son miles de casos; miles de situaciones aberrantes; violencia intrafamiliar desaforada, con daño a los más débiles; tendencia enfermiza al maltrato y a la agresión, que parece haber echado raíces en nuestra sociedad como si se tratara de algo normal. Lo que llaman la cultura -que prefiero llamar falta de cultura- de una sociedad que observa lo que pasa y que protesta algunas veces mediante respaldos simbólicos de corta duración que de nada sirven en la práctica.
El Estado debe asumir el problema y formular una política integral relativa a la actividad de las autoridades, la aplicación efectiva de la justicia, la educación de niños y jóvenes, la toma de conciencia colectiva, más allá de la indignación por un caso concreto.