Pero las dificultades de esta tendencia no terminan allí. Lo dicho se suele complementar con la confusión entre argumentos jurídicos y de conveniencia, y con interrogantes sofísticos, que llevan a consecuencias absurdas.
Debemos entender que en toda discusión o controversia se requiere un mínimo rigor. Que acomodar la argumentación sin respeto a la verdad, a las reglas de la lógica o de la teoría del conocimiento, con un determinado propósito político o para obtener aplauso inmediato o generar el efecto buscado, es indebido. Desleal en la discusión y desorientador para la opinión pública, que normalmente no es experta en esas materias.
Se puede tener un concepto u opinión favorable, de cercanía o simpatía hacia determinada persona o decisión, a un gobierno, a una cierta tendencia política, ideológica o religiosa, pero encontrar que, objetivamente, se funda en un error, sea de orden jurídico, político, económico, o que el criterio invocado en su defensa, es falso o carece de relación con el asunto. O, a la inversa, se puede ser contrario a una idea, resolución o afirmación, o a un gobernante, pero entender que, mirado el asunto desde el Derecho, desde la realidad, o bajo la perspectiva de la ciencia o la filosofía, su tesis resulta acertada. Y en ninguno de los dos casos se puede hablar de incoherencia o contradicción, porque, como dice la sabiduría popular, “una cosa es una cosa y otra cosa es otra”.
Ejemplos de lo dicho están a la vista, comenzando por la identidad artificialmente creada entre ser amigo de la paz y estar totalmente conforme, sin siquiera discrepancias menores, con el Acuerdo Definitivo firmado entre el Gobierno y las Farc y con las normas y providencias dictadas para su implementación. De suerte que cualquier crítica o discusión sobre tales asuntos implicaba ser calificado de “enemigo de la paz”, y en consecuencia insultado en las redes.
Un ejemplo, en el otro extremo de la polarización: opinar en contra de la pretendida aplicación del IVA a los productos de la canasta familiar granjeó críticas ofensivas de ambos lados para quienes habían votado por Duque. Los unos dijeron que eso era desleal con el Gobierno. Los contrarios: “Usted es culpable de eso por haberlo elegido”.
Y un ejemplo final: si usted expresa solidaridad por lo ocurrido en México -una explosión que causó más de 100 muertos-, le dicen que mejor se ocupe de los problemas colombianos. Pero, si habla de los problemas colombianos, su opinión es de parroquial ignorancia sobre lo que pasa en el mundo.