Se habla de un nuevo contrato social. Y, sin embargo, se insiste en mantener las políticas económicas y financieras que profundizan la desigualdad… ¿Por qué? Tendemos a creer, los críticos del modelo neoliberal, no sin cierta suficiencia, que sus defensores son ignorantes. Pero no: la razón es que resulta difícil, por no decir imposible, hacerle entender a alguien algo, cuando alguien, desde la otra orilla, le está pagando para que entienda lo contrario.
En teoría, el trabajo, y solo el trabajo, genera riqueza. Ergo: pagar bajos salarios es la clave. Paradoja: La pobreza de muchos es la fuente de riqueza de unos pocos. Prueba de campo: La pandemia aceleró la pobreza, devolviendo sus proporciones porcentuales sobre la población mundial, 20 años atrás; así mismo, aceleró la riqueza: el patrimonio combinado de los más ricos del mundo, en el furor de la pandemia, 2020-2021, creció 69%. Y Latinoamérica, la más desigual del mundo, aportó 31 nuevos multimillonarios, de un total de 41, que ingresaron al selecto grupo en la lista Forbes. La relación inversa, pobreza versus riqueza, parece evidente.
Así como el trabajo es la fuente de toda riqueza, el sistema tributario es la correa de distribución de esa riqueza entre la población. En Colombia, constitucionalmente, se prescribe un sistema tributario equitativo, eficiente y progresivo. Debe ser así en todo el mundo, es lo que reza la teoría convencional. Pero, vaya usted a ver si los estructuradores se ciñen a estos preceptos.
La pobreza, desigualdad e inequidad social no es casual; ni fruto de la ignorancia, sino fruto de decisiones deliberadas, diseñadas para favorecer a los más ricos y poderosos, lo cual tiene su lógica perversa en el mismo dinero… El dinero mueve la política; a través del dinero los grupos económicos imponen sus candidatos, a contraprestación de que les mantengan sus privilegios, entre ellos, (1) una regulación laboral que les permite, a discreción, mantener bajos salarios; y, (2) prebendas tributarias. Es decir, por lo primero, generan más riqueza; y, por lo segundo, blindan su intangibilidad.
En vísperas de la elección presidencial en Colombia, este 29 de mayo, Gustavo Petro, un avezado antiestablecimiento, encabeza todas las encuestas. Dos propuestas suyas levantan ampollas: laboral y tributaria; estas, que son la base, como queda dicho, de la generación de riqueza y su distribución, por lo que le llueven desde amenazas de muerte hasta calumnias y estigmas de todos los calibres, junto a su fórmula presidencial, la afrocolombiana pura sangre, Francia Márquez.
Es el estertor de los elegidos que no se resignan a perder el país, convertido en un coto de oligarcas corruptos.
En 1974 mi generación –ya en extinción-- con el recuerdo amargo del bombardeo a Marquetalia (1964), que hizo enmontar a Tiro Fijo, fundador de las Farc; y ardida todavía con el robo de las elecciones de 1970, que dio pábulo a las guerrillas urbanas del M-19, votó por un Movimiento Revolucionario Liberal (MRL) y eligió presidente a Alfonso López Michelsen: ¡Oh frustración!... Su gobierno fue la incipiente semilla neoliberal que llegó al poder en 1990 con César Gaviria. El resto, es historia contemporánea.
Pueda ser que no se repita la historia en este 2022, en el sentido en que la enuncian Hegel-Marx: primero como tragedia y segundo como farsa.
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Fin de folio.- ¡Oh, Chocó!: tan lejos de Ucrania y tan cerca de Duque.
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