Desde Atenas (508 a. C.), la democracia fue una idea populista (dirían las élites de hoy), que no hemos podido acentuar en 2531 años. Ya, en 1516, el genial Thomas Moro la convirtió en utopía, mera ficción política y social, tras la cual caminamos sin poder alcanzarla.
No se requiere mucho esfuerzo mental para notar que los actuales regímenes democráticos que gobiernan los destinos de la humanidad no pasan de ser más que, mutatis mutandis, las mismas antiguas formas de monarquía, aristocracia y oligarquía, con sus correspondientes tiranías, que fue lo que se propuso corregir la democracia de la antigua Grecia que, de por sí, dejaba por fuera la mayor parte de la población compuesta por mujeres y esclavos. En otras palabras, la democracia, por sus orígenes culturales, nació imperfecta; hoy día, intencionalmente, es mera mentira organizada para manipular a la gente… La extrema desigualdad socioeconómica y la pobreza que se acusan globalmente, no pueden considerarse, nunca, propias de un modelo democrático.
Sin embargo, eso pasa: la oligarquía, con su ilimitado poder económico, financia a los partidos políticos y sus procesos electorales, virtualmente los compra, y posteriormente, controla las decisiones de los funcionarios y corporaciones colectivas de elección popular.
Si esto sucede, ¿y quien lo duda?, la democracia es una simple farsa en la que el pueblo no tiene el control real del proceso político. La influencia de la oligarquía es evidente a través de las grandes empresas nacionales y transnacionales; también a través de la corrupción de los servidores públicos, incluyendo los jurisdiccionales. Es un problema insoluble, un círculo vicioso que se expande precisamente alimentado por el propio modelo democrático, ideado, ¡qué ironía!, para darle solución de continuidad.
Los dos pilares de la democracia, las urnas y los medios de comunicación, están controlados por la oligarquía. “El que escruta elige”, se dice y se tiene la sensación de que así es.
Los golpes de Estado militares, muy del bolsillo de las élites, corregían las “fallas” de las urnas, con el fin de que todo volviera a la “normalidad”. Cuando los golpes duros y cruentos se desprestigiaron, entonces se pusieron de moda los golpes blandos, basados en informaciones, editoriales y opiniones de la prensa llena de “cizaña” y “canalladas”, como últimamente ha calificado el Presidente Petro la información publicada con respecto a su gobierno, granjeándose, obviamente, la animadversión de la Fundación para la Libertad de Prensa (Flip).
El nerviosismo asoma en la redes sociales… Se habla con frecuencia de golpe de Estado blando… Lo que al principio parecía exageración, ha ido tomando cuerpo… Eso que se está observando en los medios de comunicación, concentrados en generar un clima de malestar en la sociedad, a través de magnificar intrigas y falsedades; eso, precisamente, es el comienzo del golpe blando. El Presidente tiene que rectificar o aclarar a diario informaciones evidentemente mal intencionadas. Y ahora resulta que la oposición le acusa de estar pegado al tuiter “descuidando los asuntos de Estado”: ¡habrase visto! Ni siquiera tiene derecho, al parecer, a defenderse.
El golpe blando es un proceso político subliminal, que hoy usa la derecha para subvertir la elección de gobiernos progresistas elegidos democráticamente. Lo dieron contra Dilma Rousseff (Brasil), Evo Morales (Bolivia) y Pedro Castillo (Perú); lo intentó Trump contra Biden (EE.UU.) y Bolsonaro contra Lula (Brasil).
Una vez lanzada al aire la moneda del golpe blando, como caiga, le causa un grave daño a las instituciones que esos rancios demócratas siguen llamando democracia. O sea, con cara ganan los subversivos, con sello pierden los progresistas.
Lo mismo pasa en Europa: la erosión que se percibe “proviene desde la derecha”, concluye una investigación adelantada por la Revista de la Democracia, una publicación mundialmente reputada como la mejor en su género.
En mi opinión, la democracia, capturada por un capitalismo hegemónico y monopolista, se contagió de su propia destrucción, en términos de Marx.
Obsérvese que cuando el capitalismo entra en crisis, la democracia también. El Crac del 29 (crisis bursátil) se saldó con un nuevo contrato social que implicaba, en la práctica, democratización económica. Fue la semilla de los “treinta gloriosos” que se prolongaron hasta la década del 70 del siglo pasado.
En cambio, el Crac del 2008 (crisis financiera), sus efectos persisten aún, agravados, 15 años después, porque la solución fue a la inversa: mediante impuestos y recortes del gasto social, se hizo recaer sobre la gente todo el peso del rescate bancario. A su penuria, se cargó la injuria de culpabilizarla de la crisis. En otras palabras, se agravó la crisis capitalista, llevándose por delante la democracia… Ahí tienen… La solución pasa por desmontar el modelo neoliberal y volver, siquiera, a los tiempos del Estado del bienestar social que, precisamente, arrasó el neoliberalismo en solo 30 años.
A propósito, el Presidente Petro la tiene clara… Tras revolucionar, a lado y lado del espectro político, con tres reformas sociales (salud, laboral y pensional), que ha puesto en guardia al estatu quo, adelanta, también, contactos políticos para reformar el Acuerdo de Paz con el fin de retirar la línea roja que trazó Santos, declarando innegociable el modelo económico, recién comenzadas las negociaciones con las Farc en la Habana.
Volviendo al tema de la democracia, parece que la causa fundamental de la tolerancia hacia el autoritarismo no tiene color político; da la impresión de que está, más bien, asociada a lo poco que nos importa hoy la democracia… Y nos importa un bledo, porque, como la retrató Moro hace 507 años, es una utopía; mera ilusión de un mundo sin diferencias sociales, políticas y económicas; sin corrupción, desigualdad e injusticia social, todo lo contrario de lo que se vive hoy. No debería sorprender a nadie que la gente, en su inmensa mayoría, quiera dar la espalda a un sistema que, concebido para su bien, lo ha subvertido la oligarquía en su contra, y por eso la “defiende”, inclusive, destruyéndola.
Conclusión.- Por lo visto, desde lo humano, este no es el mejor de los mundos posibles ni la democracia, tal cual se está aplicando, es el menos malo de los sistemas políticos.
Fin de folio.- La próxima vez que vean en Forbes crecer el patrimonio del top ten, piensen, por analogía, que en la misma proporción, se está debilitando más la democracia.
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