Opinión: LA ADMINISTRACIÓN DE JUSTICIA, LOS ABOGADOS Y EL INFIERNO. Clara Patricia Montoya Destacado

Ayer mientras esperaba me atendieran en una consulta médica, la persona sentada a mi derecha con quien estaba charlando, me preguntó en qué trabajaba y le respondí que era abogada. Acto seguido tomó la palabra para no soltarla, por aproximadamente 10 minutos, mientras me narraba su vida del último año. Básicamente se trataba de un problema entre vecinos que terminó entre abogados.

 

Mientras la escuchaba, pensaba en la Divina Comedia de Dante Alighieri. Sin embargo,  en mi mente, la historia paralela a la que ella narraba, no iba del infierno al paraíso como en la obra del poeta italiano, sino del paraíso al infierno como sucede en Colombia cuando se busca obtener la protección de los derechos vulnerados.

 

Ella terminó llorando al finalizar su relato y yo estaba lista para dar el veredicto: usted, respetada señora, sencillamente entró al infierno. Ella repitió la palabra y acto seguido expresó… sí, sí…estoy desesperada, me dijo.

 

El paraíso, entendido como etapa tranquila sobre la tierra que no en el cielo,  le adicioné, es no tener problemas con nadie, que básicamente en Colombia se logra de dos formas: aislándose en la selva o en su casa, sin interactuar con otro ser humano o, viviendo en la ciudad, pero permitiendo que el mundo de los  amantes de triquiñuelas y picardías  se queden con todo, es decir, con todo lo suyo. Y valga la pena aclarar –la precisé- que en la última modalidad, se está en  el paraíso, en la medida en que usted no sufra, pero como claramente usted sufre porque su vecino decidió romper la pared de su apartamento para construir un mueble, pues usted fue arrojada –irremediablemente- del paraíso.

 

Agregué que en mi opinión, uno entra a una especie de purgatorio, porque ante la desafuero del violador de los derechos,  uno decide ir a dialogar con el fulano para que reconsidere la arbitrariedad o le escribe una cartica conciliadora explicándole que tal vez se confundió de pared, pero qué, por favor, le ruega, se la arregle lo más pronto posible. Y sin embargo, está claro – al menos para mí- que hasta ese punto un ciudadano atropellado por otro o por una institución,  todavía tiene fe.  

 

La cosa se complica cuando tocó buscar abogado. En ese momento –si la persona en cuestión, no encuentra abogado conocedor de su profesión y virtuoso en moral y ética, que los hay y muchos- uno realmente le está tocando las puertas al infierno, le expresé.

 

Soy abogada –ratifiqué- y  treinta años después de recibir el título, estudio cocina en las noches y aunque algunos me preguntan qué hago, haciendo esta locura, les respondo que ¡tenía que buscar algo que me reconciliara con la vida¡.  Debo confesar que decidí estudiar derecho pensando que era la formación intelectual que me llevaría a la defensa del ser humano y pues me equivoqué absolutamente. En la práctica –defender al ser humano atropellado en sus derechos- se deslíe por cuenta de un sistema perverso de corrupción como el que sobrellevamos en Colombia,  como agua entre las manos.

 

La experiencia en lo que toca con la administración de justicia a cargo de abogados, contada a lo Dante Alighieri, aterroriza.

 

La señora me narró que contrató abogado porque el vecino se negó a reconstruir la pared de su apartamento y ahora solo recibe llamadas del togado para recordarle el pago mensual de los honorarios, pero sin que hasta la fecha tenga razón de los resultados de los alcances de la gestión. Me contó que el abogado se enoja si le pregunta, que se molesta si le pide copia de la demanda, que  le subió el tono de la voz cuando ella le preguntó por qué había tardado más de seis meses en radicar la demanda; y, simultáneamente me contaba que se estaba enfermando con este problema que ya no era solo con su vecino sino con el abogado también. Que prácticamente vivía en un apartamento abierto por el problema de la pared; un inmueble que adquirió con sacrificio y que nadie se lo compra en esas condiciones y que necesita una solución –para eso contrató un abogado- pero que éste ya no le pasa al teléfono.

 

Y, mientras ella seguía en esta historia, yo pensaba en la de muchos clientes que no perdieron una pared, sino tierras, salud, dinero, familias y hasta su vida, porque los abogados no presentaron los recursos en tiempo o argumentaron mal las demandas o no se sabían las leyes y se limitaban a copiar y pegar textos  de escritos de colegas y etcétera.   En mi mente, el drama crecía, abogados que comienzan el espiral de ofrecer pagos a funcionarios de los juzgados para obtener ventajas o defender con argucias lo indefendible, porque le juraron al cliente “sí o sí” resultados favorables a sus pretensiones y, tienen de por medio la expectativa de lograr millonarias primas de éxito.  

 

No obstante lo anterior que ya era mucho, no paraba de crecer en mi cabeza el drama, funcionarios que se embolsan millonarios ingresos para hacer lo que estos abogados corruptos ofrecen en pago. La cosa seguía, corrupción enquistada en las Altas Cortes, falta de diligencia para estudiar expedientes, falta de conocimiento de los magistrados, jueces y fiscales en temas jurídicos porque además de no estudiar las leyes y la jurisprudencia, no leen los expedientes y se los pasan a sus auxiliares que en ocasiones resultan ser más perezosos que sus propios jefes.

 

Y crecía mi recordación de lo vivido en los últimos años, expedientes que se engavetan, tutelas que no se leen y se evacuan rápidamente argumentando los principios de procedibilidad sin tener en cuenta otros aspectos, expedientes que no se leen sino después de años, fallos que salen cuando ya no le sirven al ciudadano, desconocimiento de los precedentes jurisprudenciales para ajustar la jurisprudencia al acomodo de los señores de turno que reinan en las cortes, envidias entre las cortes que se desconocen mutuamente los precedentes jurisprudenciales; y, crecía y crecía y crecía el listado de los habitantes y situaciones del infierno de mi “Divina Comedia”.

 

Y entonces veía como en un video al pobre ciudadano al que le dañan una pared, entrando en este perverso mundo, después de haber gastado toda una vida trabajando para conseguir una vivienda a las afueras de la ciudad donde penosamente llega un bus cada 4 horas, mientras estos habitantes oscuros compran Pent House en el mejor sector de la ciudad o construyen islas privadas en el Mar Caribe.

 

Señora, le dije, el triángulo perverso conformado por el violador de sus derechos, el abogado negligente por no llamarlo de otra forma y la administración de justicia, a cargo de  funcionarios corruptos, es, el mundo del infierno.

 

La comprendo, salió usted del paraíso de su apartamento tranquilo para entrar al infierno de la administración de justicia y pese a ese escenario tan poco esperanzador, luche por proteger su derecho. Es peor desfallecer y dejar que el violador de la ley se quede tranquilo. Al menos “póngalo a subir escaleras” como le escuché decir a un gran jurista colombiano que también se encuentra desconsolado ante lo que tenemos. Además ponga a subir escaleras al abogado. No dude en llamarlo con insistencia y si es del caso no continúe pagando lo acordado, hasta que no obtenga información clara y precisa de lo que está sucediendo. No se enfermé -ambicioné tranquilizarla pese a que yo no tengo tranquilidad con este problema- pero luche, le dije. Toca luchar. A ella se le salían las lágrimas y de verdad estaba angustiada. Trabaja de lunes a sábado desde las 6:00 a.m., hasta las 10.00 p.m., arreglando las uñas de quien sabe quién, para terminar de pagar el crédito de su apartamento y ahora trabaja para pagar abogados. No le recomendé que se quejara en el Consejo Seccional de la Judicatura porque lo que se administra en ese lugar, son empanadas. Difícilmente se logra administrar justicia cuando está de por medio una queja seria contra un abogado corrupto. 

 

Es imposible no reconocer en este drama, el infierno que padece Colombia por cuenta de la administración de justicia.  Los impuestos que se pagan en este país, son enormes para no tener a cambio, controles rigurosos sobre abogados, jueces, fiscales, magistrados y funcionarios y empleados de la rama judicial en general. Lo único que sabemos con certeza es que los dineros de los impuestos van a parar –en gran parte- a redes de funcionarios y empresas privadas que lo despilfarran y se lo roban, mientras una mujer trabajadora –como la gran mayoría de colombianos- viven impotentes, semejantes dramas. 

 

 

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Modificado por última vez en Miércoles, 11 Mayo 2022 15:06
Clara Patricia Montoya Parra

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