Quiero iniciar extendiendo mi sentido pésame a las familias de las víctimas del día de hoy, quienes padecieron la explosión de un carro en la Escuela de Policía General Santander, y manifestando mi profundo rechazo a este tipo de eventos que lesionan al país entero.

 

Colombia ha sido históricamente un Estado herido por eventos que se han calificado como atentados terroristas, que han tenido mayor frecuencia y difusión en momentos coyunturales del país, y hoy, no es la excepción. Estamos frente a un estado dividido en cuanto a sus inclinaciones políticas, que ha optado por seguir caras en vez de ideas, o defenderlas solo porque una cara lo incentiva, en lo que parece ser una muestra de desconocimiento de la historia patria y el desinterés en el bienestar general real de todos los habitantes del territorio colombiano.

 

Al igual que en décadas pasadas, nos enfrentamos a un ataque visible en un momento radical de la relación entre el gobierno y la población civil. No es una mera coincidencia que hoy hayan convergido junto al contexto social nacional, los elementos de ubicación e impacto, que resultan claves a la hora de evaluar la determinación de terrorismo en un evento lamentable como el de hoy.

 

Si bien el terrorismo no tiene una definición aceptada, sí existe un asentimiento sobre los elementos que componen. El elemento esencial del terrorismo es la proliferación de miedo, es decir, provocar miedo generalizado, y para ello se apoyan en la notoriedad del evento. Entonces, el terrorista planea su ataque teniendo en mente que genere visibilidad y esparcimiento, de allí que elija lugares claves de atención, y al contrario de lo que muchos piensan, no se trata de cantidad de daño sino de su impacto.

 

Lo anterior se materializa en el ataque del día de hoy, pues se eligió uno de los lugares que representan mayor seguridad para los ciudadanos. La Escuela de Policía General Santander cuenta con un esquema de seguridad meticuloso que no se refleja exclusivamente a nivel interno, sino que es visible para el ciudadano de a pie que transite cerca a este complejo, y que a nivel psicológico imprime una sensación de seguridad a cargo del Estado por medio de su órgano de fuerza legitimado, la policía. 

 

Aquí se conecta otro elemento clave del terrorismo: la meta o el blanco no es la víctima directa sino el espectador. Al momento de determinar el evento terrorista, los medios son instrumento clave debido a su función de comunicación viral del ataque, que no sería el mismo si hoy se hubiese atacado una tienda de barrio popular, porque nuevamente, el fin es generar pánico en la población enviando un mensaje entre líneas: si este complejo tan resguardado fue violado, nosotros, los de a pie, no estamos a salvo. Con esto quiero volver a lo que dije inicialmente sobre el momento coyuntural que atraviesa Colombia, en el cual se ha reprochado el aumento de atención y destinación de recursos a la fuerza militar y continúa la ola de reproche frente al proceso de paz que el actual Gobierno ha decidido vulnerar. 

 

En este orden de ideas, queda el interrogante de quién está detrás realmente de este evento y cuál es su finalidad. ¿Acaso se busca tener un soporte mediático de la necesidad imperativa del renfoque del uso de la fuerza que se implementó en mandatos presidenciales anteriores?, ¿Se está buscando desviar la atención del pueblo?, ¿Es un recordatorio de los grupos al margen de la ley sobre su capacidad de daño?... 

 

Independientemente de cuál sea la respuesta, debemos implementar las medidas de contraterrorismo pertinentes, y eso significa que nosotros como población civil, tenemos el deber de obstaculizar el elemento esencial del terrorismo y no dejarnos atemorizar. Un pueblo temeroso no sólo es más voluble sino más torpe.

 

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