La dicotómica que la clase política ha perpetuado consiste en vendernos la idea de tener solo dos opciones viables. Éstas dos plantean a la ciudadanía que el otro es el enemigo del pueblo, que lo pone en riesgo inminente por sus propuestas o afinidades. En otras palabras, reducen el número de opciones a dos, usualmente las más extremas, ocultando las demás posibilidades y consiguiendo que se ignoren los demás factores que pueden determinar la elección política a cargo de la ciudadanía. Una falacia lógica.
Esta presentación no es fortuita, responde a un motivo socio cultural. El ciudadano promedio suele carecer de interés por investigar y contrastar la información que se le presenta como cierta, y rara vez se forma para tener un raciocinio crítico que le permita evaluar la información más allá de un dato certero y transformarlo o interpretarlo.
Lo anterior lo expreso sin tener como intención ofender a alguno de los lectores, sino como un postulado que infortunadamente ha resultado decisivo en nuestro ejercicio democrático participativo.
Tengamos presente que la limitación dicotómica es una contradicción directa a uno de nuestros principios constitucionales: la pluralidad. Ese principio rector se traduce en el reconocimiento de la diversidad en todas sus categorías dentro de nuestro Estado, y que esas diferencias, no deben ser excluidas, sino que deben considerarse pues enriquecen los ámbitos socio culturales, económicos y políticos del Estado por medio de la participación democrática.
La pluralidad busca que la diferencia contribuya al debate y al proceso democrático, así como a la presentación de una variedad de alternativas de gobierno que se acoplen a esa concepción holística de nuestro estado diverso. Entonces, cuando polarizamos nuestras opciones y las llevamos a extremos radicales, no solo estamos siendo presas de quienes ostentan o pretenden el poder político, sino que nos negamos la posibilidad de evaluar los matices de esas posturas y la construcción autónoma de criterios que reflejen nuestros intereses y afinidades más allá de una adhesión ciega a un partido o corriente política.
Teniendo esto claro, continuemos con la polarización de los derechos constitucionales que hace referencia a que esos derechos que nos recubren a todos los ciudadanos son contrapuestos por los grupos políticos que se enfrentan y dan una connotación negativa a algunos derechos como parte de su agenda política. Es por ello que notamos que hay derechos humanos que son degradados e incluso blanco de burla de esas posturas polarizadas como es el caso de la huelga, la protesta, el derecho a la educación y aún más grave, el derecho a la vida.
En una lectura rápida del fragmento anterior, podría decirse que es absurdo el solo pensar que el derecho a la vida pueda tenerse como un derecho en detrimento como bandera de uno de esos partidos o corrientes políticos que protagonizan la polarización política, pero hemos llegado a un rompimiento de criterios y de matices en la población a tal punto que las masacres, los homicidios, la persecución discriminatoria, entre otros, son vistos como algo positivo o como la respuesta o represalia a ser parte del oponente.
¿Ahora podemos ver la gravedad de esa falsa dicotomía? Hemos internalizado la polarización con sus sesgos y prejuicios a tal nivel que llegamos a dejar de lado la empatía, la solidaridad y la misma supervivencia para apoyar el mal del otro y celebrar las medidas que son contrarias al interés de todos los ciudadanos. Todo esto porque no nos permitimos tener afinidad con lo que el otro dice, solo porque es de otro partido o corriente política, aunque eso signifique que tenga una consecuencia negativa frente a mis propios derechos, como si ceder o tener criterio propio fuera más grave que la condena del detrimento de derechos de los ciudadanos.
Así las cosas, este escrito busca dos cosas: (i) incitarle a desdibujar esos marcos que se han impuesto sobre partidos y corrientes políticas para poder vislumbrar cuál es en realidad su postura, sin fanatismos, sin extremismos, sin miedos, qué es lo que respalda sinceramente y a qué apunta su ideal; e (ii) invitarle a tener una actitud receptiva cuando discuta sobre política, es decir, que se permita hablar de política sin que la emoción le domine y borre los argumentos, que pueda escuchar al otro sin descalificarlo por tener un color, símbolo o bandera, que no vuelva a caer en la falsa dicotomía.
De todos depende el futuro de nuestro estado. Participar democráticamente no solo es un derecho, es un deber, y debemos apersonarnos de él para lograr avances desde el respeto a la pluralidad y una formación cívica que nos permita romper con los viejos estigmas y costumbres que nos han llevado al deterioro social y que nos enfrenta unos contra otros.Vivimos en un contexto socio cultural en el que no solo se juzga a quienes deciden alzar la voz por los derechos que encuentran vulnerados o en riesgo, sino que se usan los derechos constitucionalmente atribuidos a todos y cada uno de nosotros como una bandera política diferencial.
La politización, en palabras sencillas para su aproximación, puede ser percibido desde dos enfoques: el reconocimiento de relaciones de poder dentro del asunto y la intrusión del ejecutivo dentro del asunto más allá de lo requerido para su garantía.
Emancipación política
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