Pocos acontecimientos en la historia del crimen han tenido tanta y tan inmediata repercusión mundial como la masacre del 7 de enero en las instalaciones del semanario satírico Charlie Hebdo en París, cuyo impacto no se circunscribió a Francia, ni a Europa, sino que desbordó las fronteras del viejo continente y llegó a todas partes.
El día del sangriento atentado y durante los siguientes, la capital francesa fue el centro de todas las miradas, y los hechos posteriores al acto criminal mantuvieron en vilo a todos los medios de comunicación y a la ciudadanía de muchos países. La gente, sin diferencias de nacionalidades, clases sociales, partidos políticos o religiones, se identificó a tal punto con las víctimas del crimen que la frase “Je suis Charlie” (“Yo soy Charlie”) se convirtió en el emblema del rechazo al terrorismo, al fanatismo y a la violencia, y en la consigna de todos, como afirmación de la libre expresión y de la tolerancia.
Así se hizo palpable, tras la muerte de los terroristas Cherif Kouachi, Said Kouachi y Amedy Coulibaly, cuando en París –con presencia de los líderes mundiales, incluidos el israelí Netanyahu y el palestino Abbas-, más de cuatro millones de personas en toda Francia y miles en otros países, marcharon en las calles para demostrar solidaridad con las víctimas y reivindicar el preciado valor de la libertad, proclamada contra el despotismo en 1789, justamente en esa misma ciudad.
¿Por qué esto no ocurrió –al menos con semejante intensidad- en los últimos años, ni en los últimos meses, cuando tantos hechos de violencia y tan horrendos crímenes han tenido lugar? ¿Por ejemplo, ante los degollamientos de periodistas y profesionales de distintas nacionalidades por parte del denominado Estado Islámico; o ante la desaparición forzada y posterior asesinato de 43 estudiantes en Iguala –México-; o ante los recientes bombardeos israelitas sobre la franja de Gaza, que dejaron miles de muertos y heridos de la población civil palestina, sin excluir niños, mujeres y ancianos indefensos; o ante los secuestros y asesinatos de Boco Haram en Nigeria; o ante el asesinato colectivo de 20 niños y 6 adultos en Sandy Hook (Estados Unidos) y de 8 niños en Australia; o ante la espantosa matanza perpetrada por talibanes en la escuela de Peshawar, en Pakistán (130 personas asesinadas, entre ellas más de 100 niños), para sólo mencionar algunos hechos execrables?
Muchas pueden ser las respuestas. Me limito a formular el interrogante. Tienen la palabra nuestros amables lectores.