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Ante la famosa cartilla del Ministerio de Educación (o de la ONU, eso no quedó claro), que promovía una prematura desorientación sexual de los niños, hubo en el país una reacción de proporciones enormes, pues con ella resultaban violados, además de los derechos fundamentales de los menores, el de los padres a escoger la mejor educación para sus hijos y la libertad de los propios establecimientos educativos en cuanto a la formulación de los manuales de convivencia. Tan fuerte fue la respuesta de la sociedad colombiana, que el Presidente Santos no tuvo opción distinta a suprimir la promoción oficial del innecesario y pernicioso documento.

Pero con ello no desapareció la obsesión de la administración -o de algunos de sus funcionarios- por entrar en el ámbito sexual de los menores, poniéndolos a pensar desde la más tierna infancia en prácticas eróticas y hasta pornográficas crudamente expuestas. Pocos días han transcurrido desde el escándalo de la cartilla, y el Director del DANE ha promovido una encuesta dirigida a los niños para preguntarles acerca de sus experiencias en toda suerte de contactos y sensaciones de tal naturaleza.

Un  cuestionario que los padres de familia no vacilaron en calificar de infame y ofensivo, y que, según informó el mismo Departamento Nacional de Estadística, se alcanzó a formular a 54.367 niños, y tenían la meta de interrogar a 104.346 menores.

Otra vez, ante el conocimiento público de algo que venían haciendo de espaldas al país, el DANE ha resuelto suspender la encuesta, aunque desde ya dicen que la suspensión es temporal.

Según el DANE, la encuesta buscaba información entre los niños, para luchar “contra la explotación, pornografía y el turismo sexual con niñas, niños y adolescentes”.

Pero pensamos que, siendo plausible el objetivo en un país en que todos los días se denuncian más aberrantes conductas de mayores –inclusive familiares cercanos- contra los niños, no es claro que una encuesta -en especial por  el tipo de preguntas que se formulaban para su realización-  sea la mejor fórmula. El remedio puede resultar agravando la enfermedad.

El tema es muy delicado. Estamos hablando de los niños, de su dignidad, de su desarrollo integral  y de sus derechos esenciales. Eso no se puede tratar con morbo, ni de manera torpe.

En efecto, pese a la innegable existencia de delitos sexuales tanto en el interior de las familias como en algunos establecimientos educativos,  no parece que la formulación de grotescas preguntas a todos los niños,  y sin  ningún método sicológico, educativo y pedagógico, constituya una forma eficiente de atacar o impedir por vía general las violaciones  o las ilícitas aproximaciones de adultos a los menores. Por el contrario, la falta de una adecuada técnica pedagógica -que preserve ante todo el respeto-  puede despertar curiosidades prematuras o propiciar tendencias morbosas, por lo cual el cuidado debe ser mayúsculo.

El DANE no es llamado a la educación de los niños, ni sus funcionarios están preparados para impartirla. Los educadores y los padres de familia que protestaron tienen razón: el Estado no puede improvisar en esta materia porque puede ocasionar daños enormes.

 

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