Opinion (2239)

Lo sucedido en San Vicente de Chucurí es una clara advertencia al gobierno de turno de lo que hemos venido diciendo: el negociado de La Habana con los asesinos de las farc, puede ser el inicio de un nuevo ciclo de perturbación social. Es claro: mas del 85 % de los colombianos repudiamos a los narcoterroristas y sus amigotes, quienes posan de pacifistas mientras usufructúan lo que producimos los que trabajamos en el sistema capitalista que ellos quieren destruir, para convertirse en una nueva clase corrupta de relevo. Ahí está Venezuela de ejemplo. Aumenta el rechazo ciudadano cuando el cura Camilo, un burgués chapineruno que decidió asesinar soldados, hijos del mismo pueblo que el ELN dice defender, se promueve y ensalza como paradigma de patriota y santo, alabado por tontos con y sin sotana, amigos de la infancia e intelectuales de baratija.
 
Mientras esto sucede en Colombia, en Brasil el mito de Lulla se derrumba, Venezuela persiste en su agonía, Ecuador avizora recesión y el rebrote social se huele en Nicaragua. No importa. La malévola izquierda latinoamericana no da su brazo a torcer. Persigue a los militares quienes con las armas legítimas del Estado enfrentaron terroristas, como el tal cura Torres, verdugos, secuestradores, dinamiteros y ladrones que ahora se presentan como integérrimos defensores de la democracia y simpáticos payasos de la farándula criolla. Y los militares que no son encarcelados, son cooptados para que marchen al compás de la revolución: el Presidente Morales, elevado a los hipóxicos altares Incas, inaugurará la Escuela Militar Antiimperialista en Santa Cruz, en donde en 2010 un general iraní, con circular roja de la Interpol por su vinculación con el atentado del Amia en Buenos Aires en 1994, participó en la inauguración de la Escuela Militar del Alba, que finalmente se esfumó.
 
Esta nueva Escuela Militar Antiimperialista, iniciará clases en marzo y contará con instructores militares de Cuba, Venezuela y Ecuador, además de intelectuales civiles de Argentina y Uruguay en una versión moderna del proyecto “foquista” de los 60’s del Che, otro fetiche ruinoso de la Revolución Banana latinoamericana. No sería raro que de allí salgan los custodios-compinches de los terroristas en la Colombia del posconflicto y que las farc y el eln envíen allí sus sicarios transfigurados en académicos para enseñarle a los nuevos militares como convertir las Fuerzas Militares Constitucionales en una milicia pretoriana protectora de élites ladronas como las que están sumiéndolos en la miseria a sus países, mientras disfrutan las riquezas palaciegas. Claro que no se necesita ser de izquierda para acometer tales desafueros. Mírese a la Colombia actual. Ojalá el Plan Minerva, que rediseñará nuestras Fuerzas Militares bajo la presión de los terroristas cubanos, no sea texto de consulta en esa escuela.
 
N. de la D.
 
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Publicado el 18 e febrero de 2016 en www.elcolombiano.com
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Es verdad que lo denunciado todos los días en Colombia contra los corruptos  exige investigación pronta y eficaz; es verdad que –en muchas ocasiones- son los medios de comunicación los que han contribuido más que la propia administración de justicia a desmantelar la corrupción que nos invade; es verdad que en ocasiones -tal vez la mayoría- es a través de los medios de comunicación que obtenemos información precisa o cuando menos cercana a la realidad de los hechos y, sin embargo, pese a tantas bondades que debemos reconocerle a los periodistas que lideran los medios de comunicación, sí que es verdad que el periodismo de morbo hace tanto daño como cualquier otro mal que nos asedia en Colombia. 
 
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Los mil y un escándalos de los últimos años en Colombia, que en algunos pocos casos han culminado con la renuncia de importantes funcionarios –por ejemplo, el Defensor del Pueblo, el Viceministro del Interior o el Director General de la Policía-, así como numerosos casos de falsos positivos, chuzadas, contratos estatales y carteles de la contratación, defraudación del Estado, o los eventos de corrupción, de prevaricato, de violencia, de mala administración,   nos están demostrando algo que no podemos eludir y que el Estado debería reconocer: los servidores públicos colombianos, desde las más altas dignidades -y por supuesto sus subalternos-, así como los órganos de control –Procuraduría, Fiscalía, Contraloría, personerías- no ejercen sus funciones a cabalidad. Van detrás, rezagados, a la zaga de lo investigado y divulgado por los medios de comunicación, y según los efectos que las noticias generan en los demás medios y en las redes sociales -porque todo lo espectacular se replica, y ese es el éxito de las notas e informaciones periodísticas-, en lugar de dedicarse con juicio, prudencia y respeto a la presunción de inocencia y al debido proceso, y con los instrumentos jurídicos y técnicos de los cuales disponen, a ejercer las funciones que les han sido asignadas.
 
De tal manera que, si los noticieros radiales y de televisión no abren sus emisiones con una noticia bien espectacular, y si los periódicos no presentan la información sobre el escándalo de turno en primera página, el Estado no se mueve, ni se conmueve. Sencillamente, no le importa.
 
¿Qué interesa a los altos funcionarios? La figuración y el protagonismo, desde luego después del trabajo de la prensa y de los periodistas. Tras el escándalo en medios y redes. Interesa aparecer bien estricto y determinante en las fotografías y notas periodísticas, diciendo que se lucha contra la corrupción; que se persigue el delito; que no se permite la impunidad. Que se inician investigaciones, y que se llevarán “hasta sus últimas consecuencias”.
 
En ese sentido, consideramos que el papel de un Daniel Coronell o de una Vicky Dávila se convierte en esencial para que la impunidad, la corrupción y las malas prácticas no prosperen, y para que haya algo de justicia. Gracias a ellos, conocemos muchas cosas que de otra manera permanecerían ocultas. Y el ciudadano tiene un derecho fundamental –plasmado en el artículo 20 de la Constitución- a una información veraz e imparcial. ¿Qué tanto lo es en Colombia? Habría que ver cada caso y sopesarlo, según los hechos y a la luz de la Constitución, la ley y la jurisprudencia.
 
Pero lo que queremos subrayar es la modorra de nuestros organismos oficiales, su parsimonia, su negligencia en el impulso de indagaciones e investigaciones, su morosidad, su llegada tardía, que sólo les permiten sacar adelante con prontitud lo que es materia del debate generado por los medios. Y son esos órganos estatales los que tienen la función y los que deberían ejercer el liderazgo. Un liderazgo que, en buena hora, han asumido los medios y los periodistas.   
 
 
N. de la D.
 
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