Opinion (2239)

Educar para la paz

23 Jun 2014
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Ya no es únicamente la violencia expresada en las guerras del siglo XIX, ni la vergonzosa violencia   política de los años cuarenta del siglo pasado, entre liberales y conservadores, ni la desatada por  organizaciones subversivas como las Farc, el ELN o el M-19, ni solamente la violencia terrorista generada por el narcotráfico y los paramilitares, sino que estamos ante una colectividad que se ha acostumbrado a la violencia y a convivir con ella; a actuar y reaccionar con violencia en las más disímiles y hasta insignificantes circunstancias.

Ante ello tiene que reaccionar nuestro Derecho, en búsqueda de un cambio cualitativo de actitud.

Es buena noticia, entonces, la que nos entrega el Congreso, que ha aprobado en cuatro debates y por unanimidad el proyecto de ley que contempla la Cátedra de la Paz.

El artículo 22 de la Carta Política establece que la paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento. El artículo 41 señala que en todas las instituciones, oficiales o privadas, será obligatorio el estudio de la Constitución y la instrucción cívica. Así mismo –agrega- se fomentarán prácticas democráticas para el aprendizaje de los principios y valores de la participación ciudadana. La norma termina ordenando al Estado que divulgue la Constitución. Es la pedagogía constitucional.

 No en vano el preámbulo del Estatuto fundamental declaró que el pueblo, por conducto de la Asamblea Constituyente, ponía en vigencia la  Constitución para fortalecer la unidad de la Nación y asegurar a sus integrantes la paz, entre otros valores esenciales de la democracia.

La nueva ley, que en pocos días sancionará y promulgará el Presidente Santos, dispone que, con el fin de garantizar la creación y el fortalecimiento de una cultura de paz en Colombia, se establece la Cátedra de la Paz, con carácter obligatorio en todas las instituciones educativas del país, como asignatura independiente.

 Una feliz iniciativa orientada a buscar –sin que se trate de una panacea, pero sí de un comienzo-  que, desde la niñez, se formen los colombianos en el respeto por la dignidad de las personas y sus derechos.


 

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EL nuevo Santos

18 Jun 2014
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Ex Magistrado de la Corte Constitucional

Sin perjuicio de reconocer la alta votación del candidato del Centro Democrático, Dr. Oscar Iván Zuluaga, hay que celebrar que el triunfo del presidente Juan Manuel Santos haya sido lo suficientemente claro y contundente en la segunda vuelta, para evitar crisis institucionales como la que infortunadamente ha afectado y sigue afectando a Venezuela. Lo del fraude que algunos sostienen no es otra cosa que una pataleta.

También celebramos la victoria de Santos –sin haber sido sus entusiastas seguidores-, dado el respaldo que merecía, que pedía y que obtuvo en las urnas,  para seguir adelante en el proceso de paz que prosigue en La Habana –Cuba- y de cuyos resultados efectivos estamos pendientes todos los colombianos, a decir verdad con fundadas esperanzas, tras cincuenta años de conflicto armado.

Muchos acudimos a sufragar por el candidato presidente, siendo enemigos de la figura de la reelección –en mala hora aprobada en 2004-, porque confiamos en la seriedad del proceso, de los voceros gubernamentales en la mesa de negociaciones y del propio Jefe del Estado, que en esta materia ha demostrado, particularmente en los últimos meses, un empeño no por completo ligado a sus aspiraciones reeleccionistas.

Dicho sea de paso, quien esto escribe -aunque le parece una contradicción en el caso del actual mandatario-, comparte parcialmente la propuesta del reelegido presidente Santos, en el sentido de que se expida un Acto Legislativo que expulse definitivamente de la Carta Política colombiana la  reelección. Digo parcialmente, porque no me agrada que el período, así sea para los futuros presidentes, resulta ampliado a cinco o seis años, a no ser que se prevea la posibilidad de revocatoria del mandato, y porque, además, estimo que el Gobierno, al preparar el proyecto que se presente, no debe olvidar que, de una vez, debemos suprimir la reelección para todos los cargos judiciales y de control, pues ya se ha visto cuán dañina resultó esa figura aplicada al Procurador General de la Nación.

Ahora bien, no tiene fácil su tarea para el segundo período el presidente Santos:

-Ante todo, debe cumplir su proyecto fundamental: la finalización del conflicto armado con las Farc y con el ELN. Eso no es fácil. Pero, además, va a tener que manejar –esperemos que con éxito- el trámite de los pasos constitucionales que se deben dar para que el pueblo refrende, en normas, lo que se necesite para formalizar y autenticar los acuerdos. Y después tiene que afrontar, dirigir y coordinar, con la Fiscalía y otras instituciones, lo que se denomina el postconflicto, algo todavía más difícil y espinoso.

-Por otra parte, debe replantear su gabinete y el equipo general de sus colaboradores, con el fin de reflejar la nueva realidad política, que se ha modificado sustancialmente. No entro a especificar cómo, porque eso corresponde al Presidente como jefe de gobierno, pero lo sintetizo en la urgencia de dar un viraje hacia lo social.

-Debe cumplir con su propuesta de suprimir el servicio militar obligatorio, y de indicar cómo se sustituirá sin perjudicar la soberanía nacional, ni la actividad de la Fuerza Pública.

-Debe llevar a cabo las reformas a la salud, a la educación, a la Justicia, al sistema electoral, y revisar las políticas gubernamentales en materia económica, social, ecológica, y en temas vitales como la política de empleo y los pactos con los agricultores y las comunidades indígenas.

Muchos temas, todos importantes, en que el nuevo Santos -ya no elegido por el uribismo- está obligado a definir su posición.



 

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Sin Miedo

11 Jun 2014
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He leído todos y cada uno de los documentos conocidos de los coloquios de La Habana. Muchos bostezos y no poco tedio, la verdad. Conclusión simple: el Gobierno, en cabeza de un delfín de la vieja elite que nos metió en esta guerrita, juega a la clásica cooptación: ¡que los matachines se desahoguen, ablandarlos con vida burguesa, ofrecerles alguna opción gananciosa y listo… Muy pronto pasarán de asesinos a corruptos.

Paralelamente mantener a raya a los opositores al proceso: usar el Congreso, la justicia, la gran prensa y el dinero del Estado. ¿Y los militares? Debilitarlos. Desmotivarlos, confundirlos con inocuos mensajes diseñados por algún publicista descontextualizado que no distingue entre un milico y un militar colombiano: grave error de una repetitiva estrategia de clanes en donde el poder ha sido coto de caza familiar desde 1812 y el pueblo ha sido mirado como gaminería. 

Los farianos, por su lado, no cejan en el proyecto estaliniano de una Nueva Colombia, tipo Venezuela, mientras continúan asesinando para chantajearnos y obligarnos a su tipo de paz. Pero ya no asustan y cada día generan más antipatía, rayando en odio. El Gobierno escogió para su reelección un socio detestado. En "La marcha de la locura o la tontera: de Troya a Vietnam", la historiadora Bárbara W. Tuchman (FCE, 1989) repasa casos históricos en los que gobernantes han actuado de forma contraproducente a los intereses del país que dirigían. Parece que el actual es uno de esos casos en donde "la insistencia en medidas fallidas multiplica los daños, tornándose en práctica autodestructiva". Mientras el Presidente-candidato y su opositor le apuestan a la paz, el jefazo de las farc aclara que Santos y Zuluaga son la guerra.

Los grecoquimbayas De la Calle y Timochenko enredan la pita, Mora sale al quite a pesar del sibilino Jaramillo y otro caldense promete darle nitidez y certidumbre a un proceso macilento en el tiempo y en los argumentos.

Así las cosas, votaré por la paz, definitivamente, pero por una paz en términos y cauces institucionales y encuadrada dentro de un Estado de derecho serio, sin impunidad, sin vodevil. Y como no tenemos armas, amigos míos, debemos aplastar con nuestros votos las malsanas intenciones de los barbudo-talibanes criollos mientras apoyamos a nuestros soldados, que aunque desmotivados, siguen ofrendando su sangre para que podamos ejercer el derecho a escoger. Y sin miedo, que si los terroristas se levantan de la mesa, peor para ellos. El país no colapsará y habrá oportunidad de terminar la tarea que, por una concepción virreinal equivocada, quedó a medio concluir.

Recordemos a José Acevedo y Gómez la tarde del 20 de julio de 1810: "…si dejáis escapar esta ocasión única…."


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VOTO MOTIVADO

04 Jun 2014
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Escrito por

JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ GALINDO
Ex Magistrado de la Corte Constitucional
Director de http://www.lavozdelderecho.com/

 

Como consta a los lectores de esta columna, mi posición frente al actual gobierno no ha sido propiamente la de defensor entusiasta de sus políticas y decisiones. Por el contrario, desde la Academia  he criticado con franqueza todo aquello que me ha parecido erróneo; el criterio neoliberal que ha predominado  en materia económica y social; la consagración de la sostenibilidad fiscal para postergar indefinidamente la efectividad del Estado Social de Derecho; la ambivalencia frente al fallo de la Corte de La Haya; el incumplimiento de las medidas cautelares de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y los posteriores bandazos presidenciales en el “caso Petro”; su injustificado propósito de inutilizar la acción de tutela; en fin, varias  improvisaciones y contradicciones en temas trascendentales.

Ello, sin perjuicio de reconocer  los aciertos de la administración, en especial su positiva actitud y su perseverancia  en busca de la terminación del conflicto armado. Un proceso en verdad  inaplazable tras cincuenta años de violencia fratricida, en el cual se ha avanzado mucho más que en oportunidades anteriores. La guerra ha sido inútil: no ha producido sino más guerra y más muertos.

 Es claro que, si este proceso tiene éxito, habremos salvado muchas vidas. Si volvemos a fracasar, nos quedará la tranquilidad de haber hecho todo de buena fe, como creemos que lo ha hecho Santos. Apoyar al presidente en esta materia es, como dice la Constitución sobre la paz, un derecho y un deber ciudadano.

 Como puede verse, no he sido ni gobiernista a ultranza, ni acérrimo opositor. He preferido analizar objetivamente lo actuado por un gobernante por el que no voté hace cuatro años, porque lo veía como continuador de la administración Uribe, de la que tampoco fui devoto seguidor.

He sido crítico  permanente de la figura de la reelección desde cuando se propuso. Fue un caballo de Troya, dañino y pernicioso, introducido para desarticular, como se ha logrado en buena medida,  la Carta Política de 1991.

Pero la reelección es hoy constitucional, y Juan Manuel Santos tiene legítimo derecho a aspirar, como lo hizo su antecesor, a ser reelegido.

Pasada la primera vuelta, hay sólo dos posibilidades: Santos o Zuluaga. Nadie más. Dos candidatos del mismo origen -ambos vienen del uribismo-,  con parecidos criterios políticos, y con tendencias similares en materia jurídica, económica y social. Pero debo votar. Como no me parece válido el abstencionismo, y el voto en blanco en la segunda vuelta no tiene efecto constitucional alguno, selecciono según el único punto que diferencia a los candidatos: la búsqueda de la paz mediante el diálogo, esencial y urgente. Votaré por Santos.

 

Ahora bien. Hay una gran polarización en el país. Cualquiera de los dos puede ganar, y seguramente habrá una votación reñida: pocos votos harán la diferencia. Si la ventaja es reducida, como es probable, el país agradecerá al perdedor que acepte los resultados sin pataletas, como corresponde hacerlo en una democracia.


 

 
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